domingo, 20 de septiembre de 2009

Búsqueda

La mayor parte del tiempo escribo para mí misma. Para ahuyentar los fantasmas que sin avisar pululan por la habitación. Para desprenderme de las angustias o evacuar la melancolía. Sin embargo, ello no obsta para que una vez plasmado en el papel aquello que de manera abstracta me rondaba por la cabeza y, aunque suene cursi, por el alma, sienta la necesidad de que alguien lo lea.
Por haber leído todos los cuentos con un entusiasmo sin parangón y por haber dejado que naciera la magia (y pululara a sus anchas) éste es para ti.



Miró por la ventana. Media persiana, cielo azul y una luz débil, propia de un septiembre lluvioso.

Sujetó con fuerza la taza de café. Ana siempre tenía la costumbre de calentarse las manos con las tazas de café de media tarde. Dejó que el calor que desprendía le calentase también la punta de la nariz.

Había logrado reencontrarse con ella misma. En realidad, no le había costado demasiado tiempo, sólo una ruptura definitiva con aquello que le anclaba a él. Un punto de inflexión.

Los primeros días dolía demasiado su ausencia. Dolían los libros y el café- Dolían los lugares inventados. Por eso, decidió ir a pasar por el parque aquella tarde. Quería estar sola, y sobretodo quería huir, principalmente de sí misma. Dejar de sentirle en sus brazos, dejar de olerle en su pelo y leerle en sus libros. Quería amputarse la parte de él que vivía en ella, desterrarle de su pecho y condenarle a un exilio perpetuo. Dejar de sentirse una extraña ahora que él ya no estaba. Lo más difícil fue precisamente tomar la decisión de condenarle al olvido. Al volver a su casa sintió que la mujer que había sido antes de conocerle volvía a tomar posiciones.

Ahora, al mirar por la ventana, apenas una semana después de la catarsis, había recobrado la tranquilidad. La felicidad de quererse a sí misma.

Se oyó en el aire una canción. De repente, el viento le trajo su olor. Una bomba le estalló en el estómago y vio con claridad como el cielo dibujaba su rostro. Su pelo rizado, su barba cerrada y oscura de guerrillero. Apretó con su mano libre el jersey que llevaba puesto, contra sí misma. Seguía hablándole de sueños.

Se perdió".

martes, 15 de septiembre de 2009

Letras

Julia había aprendido a escribir en abstracto. No era consecuencia de técnica alguna aprendida en ningún taller de escritura. Respondía, simplemente, a la necesidad de esconderse de la lectura asidua y profunda de Miguel.

Escribía para sacar fuera el haz de luz, a veces angustioso por doloroso, otras angustioso por demasiado feliz, que desde hacía un tiempo se instalaba en su interior desde el estómago hasta su garganta. Había inventado países, nombres, situaciones y lugares. Había mezclado lugares que pertenecían a un mundo real, con otros que pertenecían a su país inventado. Lo único del todo real eran las palabras que representaban el haz de luz. Eran tan reales que ella sabía que Miguel se sentiría identificado en cada una de las situaciones, tanto futuras, como pasadas, aunque nunca las hubiese vivido. Sabía que Miguel adivinaría en seguida que el provocaba el haz de luz y era él el protagonista de todos los cuentos. Se conocían tan bien que habían vivido juntos las situaciones inventadas.

Por eso escribía en abstracto. Para no mostrarse completamente indefensa, para no descubrir sus sentimientos.

Para no hacerle sentirse vulnerable por ser capaz de descifrar cada uno de sus actos.

Habían creado así una nueva forma de comunicación. Sin malos entendidos. Con zonas abiertas que cada uno podía adaptar a su forma de pensar. Sin pedir explicaciones ni sacar conclusiones precipitadas. Sin hablar.

Simplemente descubriéndose en las letras.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Muebles

Ni siquiera se había preocupado de bajar la persiana para dormir. Sabía que el dolor era tan intenso que no habría lugar para una noche en vela. Simplemente dormiría y soñaría con él toda la noche.

Cuando se despertó al sentir el calor del sol en su espalda y abrió los ojos, recordó todo lo vivido la noche anterior. En un momento la memoria decidió que no tocaba ser feliz esta vez y le recordó lo vivido. Se levantó con los ojos hinchados, como si hubiese estado llorando en sueños. Ayer, al menos no lo había hecho.

Se dirigió al tocador donde guardaba los cuentos, las pulseras y los discos. Abrió el cajón superior derecho y empezaron a sonar canciones antiguas. Algunas ni siquiera las recordaba, otras le traían olores del pasado. Se fueron colocando por todo el piso, ocupando los lugares que hasta ahora estaban colmados por sus modos, ahora convertidos en recuerdos. Se dio cuenta de que había existido una parte de su vida en la que él ni siquiera existía. Y se sintió una extraña recordando aquellos años, que parecían tan lejanos y sin embargo suponían la mayor parte de su vida. Ella no era la chica de aquellos discos, ni aquellas pulseras, ni aquellos cuentos. Nunca más volvería a serlo.

Fue a despertarle a la habitación que hacía las veces de despacho.

Él ya no estaba.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Madrugada

Percibió el olor a coco que se desprendía de su pelo. Su nuevo champú, pensó. La miró de reojo. Nada en ella había cambiado. Por eso, seguía siendo inevitable quererla.

Caminaban juntos, sin mirarse al hablar. Ceder al escrutinio de la mirada del otro era perder la primera batalla. Sin embargo, el notaba cómo ella, de forma inconsciente giraba la cabeza para dirigirse a él. Le hubiera gustado afrontar sus miradas sin miedo. Pero sabía que si lo hacía, ella sin pestañear adivinaría sus pensamientos. Antes eso formaba parte de la complicidad que les unía. Ahora era, la mayor parte del tiempo, aterrador.

Quizá fuera mejor no condicionar sus actos a ninguna clase de premisa racional. Al fin y al cabo, si ambos estaban ahí en ese momento era gracias –o por desgracia- a haber cedido a los impulsos irracionales de verse. Quizá, no hablar de sentimientos fuera la solución a sus problemas.

Decidió en ese momento dejarse llevar. Julia le miró de frente, adivinando sus pensamientos.

Beso.