sábado, 6 de febrero de 2010

Estación Retiro

La vió salir de la estación Retiro justo cuando acababa de llegar. No esperaba encontrársela allí, aunque sabía que desde hacía unos meses vivía en Buenos Aires. Pensó que la ciudad era demasiado grande como para coincidir. Pensó que habría que dejar actuar al destino y ver si éste les volvía a cruzar.

Se quedó inmóvil por un momento, observándola. Ella estaba parada, como esperando a alguien. Llevaba un vestido de verano, zapatos de tacón y los pendientes que él le había regalado el último año de Universidad. Se dio la vuelta, quizá aburrida por la espera y pudo ver que tenía el pelo más corto que entonces.


Julia le vio al levantar la cabeza del periódico. Se quedó paralizada. Él leía un plano por encima de los hombros de la chica que lo sujetaba. Estaban rodeados de maletas. Supuso que era su mujer. Sabía que Miguel se había casado, la noticia le llegó por viejos amigos comunes. Y aquí estaban, ahora. No podían haber elegido otro lugar en el mundo al que viajar en su luna de miel.

Notó como él la observaba. Se puso nerviosa y maldijo haberse puesto pendientes esa mañana, desde hacía un par de años no llevaba adornos. Pero, justo hoy, los había visto en la caja del tocador y se había dado la licencia de rendirse ante la nostalgia por un día.

Se dio la vuelta, no quería tener que hablar con él. Ni siquiera sabía cómo podía seguir aparentemente serena.


Miguel no sabía si acercarse o darse la vuelta. Miró a Carmen. Estaba radiante de felicidad. Siempre pensó que nunca se hubiese enamorado de ella si Julia siguiese estando cerca. Al principio no podía evitar compararlas. Con el tiempo, se habituó a la ausencia de Julia y decidió conformarse con una vida tranquila y sin sobresaltos. Por eso, le debía a Carmen todos los momentos en que se mantuvo a la espera consciente de que él no había olvidado. Le debía las muestras de apoyo y ternura que le había brindado en los momentos más duros. Le debía las promesas por cumplir.


Pero le debía a Julia el amor incansable, los años de conversaciones y silencios en los que había logrado conocerse a sí mismo. Le debía a Julia no haber montado en ese avión.



Cuando volvió a mirar en su dirección ella ya no estaba.