martes, 26 de octubre de 2010

Precipicio

Estoy caminando al borde de un precipicio. Voy de tu mano, me agarro fuerte. Pero sé que hay tramos en los que, si me agarro demasiado, estoy a punto de caerme. Es raro. Así que trato de caminar sola, sabiendo que tú estás cerca, vigilándome atento para que no me caiga; atento también para no caerte tú. Siento tu presencia, tu aliento en mi espalda. Pero, en ocasiones, se hace duro seguir andando sin tener la certeza de que sigues mis pasos.

Tu voz me alienta, dice que si seguimos caminando, aunque no pueda verte, aunque no tenga la seguridad que me dan tus ojos en los míos, llegará un punto en el que no habrá precipicio.


Sin embargo, a veces el miedo de dejarte atrás es tan grande, que tengo que girarme. El giro es duro y arriesgado. No sólo porque puede que ya no estés, sino porque el aire que provoca mi movimiento puede hacer que te caigas.


Aún así me giro. Si le quisieras de verdad, me digo, seguirías andando sin mirar atrás. Si no le quisiera, me digo, no estaríamos caminando sobre un precipicio.


Al principio no te veo. Después, logro ver que vienes a lo lejos. Donde el puente está más inclinado. Hay mucha niebla.


-¡Sigue caminando!


-¡Apenas puedo verte!


-Yo sí te veo, ¡sigue!


-¡Pero está todo cubierto de niebla!


-Debe ser en tu tramo, desde dónde yo estoy todo se ve soleado.


Sigo de frente. De repente, noto tu mano en la mía. Miro a mi alrededor. Ya no hay precipicio.



Llegamos, por fin, a la llanura.

Esos días

Cuando todo pende de un hilo es cuando siento la necesidad de escribir.

Cuando recurro al café como única solución para levantarme la moral y salgo de mi habitación para que la claridad de la cocina me permita ver las cosas de otro color.

Es entonces cuando decido que voy a empezar a odiarte, a escribir en una lista todos y cada uno de tus defectos, para conseguir sacarte de mi vida con alguna razón fundada. Por algún motivo concreto.

Pero de repente, suena alguna canción que me recuerda a ti, e inconscientemente mi otro yo recita la frase que tantas veces nos salvó del naufragio últimamente. “¿Cómo fue que no encontramos la salida?

Defectos

Me gustan tus incomodidades.


Me gusta tu insomnio, tus vueltas en la cama, tu adicción al café, tu nerviosismo.

Me gustan tu estómago delicado, tus manos heladas, tu mala circulación.


También, sin embargo, me gusta tu olor y tu piel.


Me gusta que a veces seas irascible y te vuelvas insoportable. Que seas un pesimista convencido para que tus sueños no te hieran.

Me gustan tu independencia y tus hábitos de anacoreta en ciernes. Tu ansiada soledad.


Pero también me gusta tu forma de depender-me y cada una de tus capas.


Me encanta aprenderte de memoria.

lunes, 25 de octubre de 2010

Lucha

Algunas veces estás dispersa, como si tu mente navegara a kilómetros de mí, siento que no puedo llegar a ti completamente y me preocupa. Pero trato de respetar tu espacio.
En otras ocasiones, simplemente estás enfadada conmigo, con la situación, con nosotros dos. Te vuelves irascible y dañina.
Con el tiempo aprendimos que lo mejor es alejarnos momentáneamente cuando eso ocurre. Para no seguir desangrándonos. Entonces, cuando el vacío se hace insoportable, te busco dónde nos conocimos. En aquél libro que me recuerda tanto a ti. Porque en esas ocasiones prefiero encontrarte allí, dónde puedo absorberte, navegar en tus pensamientos, buscar respuestas a todas nuestras preguntas, estar más cerca de ti.
De ese modo las cosas se calman, nos reconciliamos, volvemos a ser nosotros dos con las espadas envainadas. Así, cuando vuelves, te cuento dónde estuve ese tiempo. Sonríes. Y los dos sabemos que estamos cada vez más cerca.

martes, 19 de octubre de 2010

Tiempo

Manejábamos el tiempo a nuestro antojo. Como si estuviera bajo nuestro dominio. Sin prever que aquellos horarios rutinarios, aquellas horas mágicas supondrían un lastre para empezar de nuevo. El café de las once. La sobremesa de las tres. Los mensajes que contenían sitios y fechas. Los mensajes que nunca eran suficiente.


Ninguno de los dos se dio cuenta del momento exacto en el que entramos en la cuenta final.

Ahora, al cerrar los ojos, los datos, las fechas, las palabras me ayudan a recordar como olía tu ciudad en aquel septiembre desapacible. Como olía los primeros días del invierno. Como pasó a oler después.


Y pese a las promesas sin cumplir, o gracias a ellas, sigues estando en los tiempos de espera, en las nuevas canciones, en los viejos versos. Sigues estando en las cosas cotidianas, ayudándome a crear nuevas rutinas que nos mantengan unidos. A pesar de los momentos de desconfianza, de los momentos de rencor y dudas. A pesar del daño causado y de la incomprensión. Sigues haciendo que me ría con cada una de tus cosas. Sigues haciendo que desee contarte hasta las cosas que tienen menos importancia, que el café se derramó sobre aquel libro o que el calentador enrarece el ambiente y seca el aire. Sigues haciendo que los días extraños sean aquellos en los que no estás. En los que alguno rompe la rutina.

Ahora es como si nunca te hubieses ido. Quizá nunca hemos estado tan cerca