miércoles, 19 de enero de 2011

Novaro


Echa de menos los nervios que sentía cuando sabía que te iba a ver, a pesar de que eras tú, ¿cómo podía ponerse nerviosa? Echa de menos el que la paralizara estar contigo, que apenas la dejara hablar con libertad, sin saber por qué. Echa de menos que a ti te ocurriera exactamente igual.

Todavía hoy, a veces, cuando habláis, vuelves a ser tú otra vez, vuelven de repente los viejos tiempos. Apenas duran unos instantes. Pero los dos sabéis lo que está ocurriendo.

Te echa de menos. Y yo también te echo de menos.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Nessun Dorma

Habías estado callado todo el tiempo, me cogías de la mano y dejabas que apoyara mi cabeza en tu hombro. Había demasiada confusión alrededor y sentía que de repente todo se había vuelto oscuro. No era nada trágico ni triste. Simplemente un momento de oscuridad, de pérdida, distancia e incertidumbre.

Empezó a sonar una nueva canción. Me susurraste al oído Nessun Dorma. Te miré y supe que había vuelto la luz, que siempre volvería si seguías a mi lado. Sonreíste.

Vincerò! Vinceremo

martes, 16 de noviembre de 2010

Miedo

No le valía de nada lamentarse por lo sucedido en el pasado. La mayor parte de las cosas ni siquiera habían dependido de ella. Pero hubo un tiempo en que se había imaginado una vida en la que era posible por fin romper con todo, alejarse de él para mantenerle en la memoria como un bonito recuerdo. Irse lejos. Y ahora se daba cuenta de que quizá eso no había hecho más que acercarles.
Quizá, al fin y al cabo, no era tan malo. Algo de bueno tenía que tener el no poder parar de llorar como único modo de sacar de dentro todo lo que sentía por él. Quizá.

Después de meses encadenados había llegado el momento de desprenderse poco a poco. De tratar de encontrar un tiempo para cada uno que no fuera con el otro. De ver como iban las cosas sin dependencia. Julia sabía que podía romperse la magia, volverse todo común, podían perderse. Quizá había llegado ese momento.

El miedo había llegado para quedarse


Un mal día

Odio sentir la necesidad de contarte todo.
Odio creer que te alejas y no puedes, o no quieres, encontrar el camino de vuelta.
Odio sentir que dependo de ti

lunes, 1 de noviembre de 2010

Engaño

Aprendimos que nada era como habíamos planeado. El preludio del amor había resultado ser más feliz que el amor mismo, por esa manía tan nuestra de no resignarnos nunca, de siempre querer algo más o algo menos. Así que tuvimos que aceptar que de repente no íbamos al mismo ritmo, no estábamos en el mismo punto, teníamos miedo, no nos entendíamos y nos asustaba demasiado todo lo que habíamos conocido del otro antes de tiempo, no estar a la altura de las circunstancias.


Así que decidimos dejar de creer en el amor, en la perfección, en la felicidad. Aunque todo lo que nos rodeaba evidenciaba que una vez más estábamos equivocados. Quizá el problema estuviera en nosotros. Posiblemente estuviera en nosotros. Sin embargo, mientras estuviéramos de acuerdo en el engaño no nos perderíamos.


martes, 26 de octubre de 2010

Precipicio

Estoy caminando al borde de un precipicio. Voy de tu mano, me agarro fuerte. Pero sé que hay tramos en los que, si me agarro demasiado, estoy a punto de caerme. Es raro. Así que trato de caminar sola, sabiendo que tú estás cerca, vigilándome atento para que no me caiga; atento también para no caerte tú. Siento tu presencia, tu aliento en mi espalda. Pero, en ocasiones, se hace duro seguir andando sin tener la certeza de que sigues mis pasos.

Tu voz me alienta, dice que si seguimos caminando, aunque no pueda verte, aunque no tenga la seguridad que me dan tus ojos en los míos, llegará un punto en el que no habrá precipicio.


Sin embargo, a veces el miedo de dejarte atrás es tan grande, que tengo que girarme. El giro es duro y arriesgado. No sólo porque puede que ya no estés, sino porque el aire que provoca mi movimiento puede hacer que te caigas.


Aún así me giro. Si le quisieras de verdad, me digo, seguirías andando sin mirar atrás. Si no le quisiera, me digo, no estaríamos caminando sobre un precipicio.


Al principio no te veo. Después, logro ver que vienes a lo lejos. Donde el puente está más inclinado. Hay mucha niebla.


-¡Sigue caminando!


-¡Apenas puedo verte!


-Yo sí te veo, ¡sigue!


-¡Pero está todo cubierto de niebla!


-Debe ser en tu tramo, desde dónde yo estoy todo se ve soleado.


Sigo de frente. De repente, noto tu mano en la mía. Miro a mi alrededor. Ya no hay precipicio.



Llegamos, por fin, a la llanura.

Esos días

Cuando todo pende de un hilo es cuando siento la necesidad de escribir.

Cuando recurro al café como única solución para levantarme la moral y salgo de mi habitación para que la claridad de la cocina me permita ver las cosas de otro color.

Es entonces cuando decido que voy a empezar a odiarte, a escribir en una lista todos y cada uno de tus defectos, para conseguir sacarte de mi vida con alguna razón fundada. Por algún motivo concreto.

Pero de repente, suena alguna canción que me recuerda a ti, e inconscientemente mi otro yo recita la frase que tantas veces nos salvó del naufragio últimamente. “¿Cómo fue que no encontramos la salida?